martes, 6 de marzo de 2012

Disquisiciones sobre el Federalismo...

El disparador de esta primera entrada, de este estreno, tuvo que ver con una secuencia de comentarios que intercambié con Martín Scalabrini Ortiz, a través de Twitter, acerca de la conveniencia o no de la recuperación de las concesiones sobre hidrocarburos por parte del Estado Nacional.

Ese disparador, la limitación de la red del pajarito (los consabidos 140 caracteres), la intención de no agobiar a sus seguidores y los míos con un extenso feedback, desembocaron en esto, que intenta resumir algunas de mis inquietudes sobre un tema ligado indisolublemente a aquel que tratábamos: el federalismo.

Nunca estoy segura de mi postura frente al federalismo. No estoy segura sobre los alcances de esa noción. El respeto a las autonomías suena bonito, pero ¿en qué y cómo se traduce?

Respecto al reconocimiento del dominio originario de las Provincias sobre los recursos existentes en su territorio, por ejemplo, el beneficio que reporta para ellas depende de si son una provincia rica en recursos o no.

Ese postulado, que viene a hacer justicia frente a la enorme asimetría que hay entre el desarrollo que exhibe la Capital Federal Argentina en contraste con las empobrecidas provincias, puede servir tanto para un desarrollo más equitativo, como para un mayor incremento de la desigualdad, según cómo haya distribuido la naturaleza sus riquezas a lo largo del territorio nacional.

En otras palabras, si sólo 5 provincias tienen recursos, el postulado viene a multiplicar el desequilibrio, ya que habría cinco jurisdicciones enormemente favorecidas frente a 18 que quedarían desamparadas por arbitrio de “la naturaleza”.

Si a eso le añadimos que algunos recursos son estratégicos para cualquier desarrollo, como ocurre con los hidrocarburos, los gobiernos de las provincias que los posean podrían reproducir las prácticas extorsivas que hemos visto ejercitar a las empresas privadas que detentan la concesión, con lo cual el pueblo de la Nación sería el mismo perro con otro dueño.

Desde esta perspectiva económica, el federalismo que tanto pregonamos, no sería mucho más que hacer un rancho aparte, un sálvese quien pueda que se esmeran en defender los que tienen con qué salvarse. Si en cambio de todo eso, recursos clave como los hidrocarburos estuvieran en manos de la Nación, el panorama podría ser bien otro.

Antes que una coparticipación, me atraen las nociones de los fondos federales para el desarrollo. Esos que se distribuyen con cierta discrecionalidad por la Nación, contemplando la proporción necesaria de cada provincia en particular para alcanzar niveles de desarrollo “armónicos” con el resto del país.

¿No sería más beneficioso y justo para las provincias, que todas ellas tuvieran asegurados los niveles de desarrollo de las demás?

Pero es en este punto en el que me estanco. Llego siempre a la misma valla que demarca la experiencia en la mezquindad, en la corrupción, en la “malversación del poder”. Y es que, históricamente, no se han dado muestras de que la Nación esté dispuesta a usar el poder que se deposita en ella para satisfacer aquello que se tuvo en miras al otorgárselo.

Y lo que probablemente ocurrirá si ella se apodera de los recursos provinciales con potestad para operar su reparto, es que la mayoría tendrá como destino la fastuosa Buenos Aires (donde reside la mayor cantidad de votantes), una porción irá a parar a las provincias del mismo signo político que el que ostente el gobierno nacional, y otro tanto se esfumará, acaso, en campañas políticas.

Cada vez que llego a este atasco, recuerdo la “cita con ángeles” de Silvio Rodríguez, donde enseña que no habrá querubes capaces de salvarnos mientras no seamos “un tilín” mejores.